
Mi alma es de geisha. Algunos la tienen de lobo, otros de niño, otros de pirata, otros de ángel... La mía es de geisha. No puedo evitarlo. Bien lo sabes...
Y sin embargo, lo he hecho. Ya lo he hecho. Meses, años advirtiéndolo y por fin, no sé con qué fuerzas, lo he hecho. Hace dos días que me despedí de tí llorando desconsoladamente por teléfono, toda lágrimas (y mocos) y apenas sin voz.
Ni siquiera pude decirtelo a la cara, como habría querido. Aunque probablemente si te hubiera tenido delante no te lo habría podido decir.
"Me va a costar muchísimo olvidarte, va a ser muy difícil sacarte de mi vida... Te quiero".
Pero lo he hecho, y no me arrepiento (¿No me arrepiento?). Tenía que ser así y así será... a pesar de que me muera por que me llames. Por que me pidas que no te deje. Por que me digas que todo va a ser distinto. Por algo que nunca va a pasar...
Ahora, a mirar hacia adelante... y con el rabillo de un ojo a los mensajes del móvil y con el otro al correo. ¡Acabaré como Marujita!
"Me va a costar muchísimo olvidarte, va a ser muy difícil sacarte de mi vida... Te quiero".
Pero lo he hecho, y no me arrepiento (¿No me arrepiento?). Tenía que ser así y así será... a pesar de que me muera por que me llames. Por que me pidas que no te deje. Por que me digas que todo va a ser distinto. Por algo que nunca va a pasar...
Ahora, a mirar hacia adelante... y con el rabillo de un ojo a los mensajes del móvil y con el otro al correo. ¡Acabaré como Marujita!

Te quiero. Aún...
Tu geisha.
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